Un domingo cualquiera, una día mas en el calendario, ocupado para descansar, comer, andar, amar, reír, llorar para todo aquello que nos apetezca. En este día tengo una salida, no es mucho, comprar unas cosas, pagar otras; me encuentro en la calle se acaba el recorrido y voy a buscar un reloj de pared, a la distancia veo un señor bien vestido, pantalón gris, playera blanca, cinturón negro, zapatos negros, un poco alto, moreno de aproximadamente cuarenta años o mas. A un lado de él la estación del ferrocarril en donde caminé y viajé hace mucho tiempo. Camina sin mas, pero llegando a una esquina se queda quieto, observa por todos lados y regresa rápidamente, sigue observando y sin mas se apresura a quitarse el pantalón y se sienta a cagar. La sorpresa no solamente es mía sino de todos los que están acudiendo al tianguis a comprar la despensa de la semana. Un grupo de polleros lo observan, el mientras concentrado en su esfuerzo, un taxista con la llanta ponchada le mira por un
Algunas cosas pasan desapercibidas, pequeñas cosas que nos hacen vivir y que podemos dejar en el tiempo. Las letras nos mantienen en la eternidad.